domingo, 12 de febrero de 2012

un rostro arrugado, moreno, chupado por el tiempo...


No ponía demasiada atención a lo que sucedía, lo que me preocupaba en ese momento era averiguar quién había sido el asesino; la última unidad del trasporte público del día estaba a la mitad de su capacidad y el asiento junto al mío estaba vacío. Yo iba sentado y muy tranquilo en la antepenúltima fila leyendo “El doble asesinato de la calle Morgue”. Al momento de descubrir la descripción del orangután de Borneo, giré mi cabeza y descubrí los ojos fijos y enrojecidos de una mujer anciana y malhumorada, usaba un rebozo en la cabeza, me incomodó y decidí volver a mi lectura, pero no pude. Al tiempo, la mujer empezó a hablar al viento y maldecir a un sujeto al que llamaba “anciano”, y justo unos momentos después, giró su atención hacia mí. Yo nervioso no quise corresponder, apenas y reaccioné para acomodar mi corbata. Ella en creciendo su coraje, de un manotazo aventó mi libro. Yo, más por reflejo que por iniciativa, me levanté, ahora con mi mirada fija sobre ella, la ansiedad creció en mí y levanté mi mano con la palma extendida hacia su mejilla; cuando, sin esperármelo, lanzo un alarido de terror que llamo la atención de todos los pasajeros, ahora era yo el que maldecía, el que miraba con ojos fijos, el que aventó el rebozo, al que con decisión se aferraba esa tipa, frenó el autobús del trasporte público y con la inercia jalándome hacia adelante no pude terminar de saciar mi furia contra ella, todos tomáronme, primero los brazos y después por la columna para lanzarme por la fuerza, en medio de la noche, a la calle. Desde el suelo solo pude ver como se alejaba a toda prisa aquella unidad que por las ventanas dejaba ver los rostros de desaprobación y gesticulando injurias contra mí, me levanté con la ansiedad en las manos preocupado, porque mi libro se quedó ahí a expensas de la anciana que seguro ni sabe leer, tal vez lo use para prender un tanque de aluminio en la noche para calentarse las manos, ¡estúpida anciana!, que pretendía al molestarme, yo soy una persona tranquila, no me gusta exaltarme, porque cuando sucede yo tiendo siempre a ponerme muy nervioso, lo ven, lo ven… ¡no me gusta exaltarme!

César Guel